Si empezamos a leer el cuadro de derecha a izquierda, el primer personaje que aparece es Jesús. De él nace la llamada. Bueno, en realidad, Jesús nos muestra la misma llamada del Padre (Jn 14, 9). Esto en el cuadro aparece expresado por la luz que desciende de la esquina superior derecha e ilumina el rostro de todos los personajes. Es Jesús en aquel en quien la llamada del Padre se hace concreta. Podemos ver primero el rostro de Jesús. Es un rostro bello, joven, firme, coronado por la casi imperceptible áurea de santidad. Es el rostro mismo de Dios hecho hombre. La mirada de Jesús es limpia; no muestra ninguna duda, porque sabe a quién llama y no se equivoca. Jesús llama a los que Él quiere (Mt 3, 13). Es también una mirada compasiva, que mira y conoce al hombre en lo más profundo de su ser. Otro elemento es la mano. La mano con la que Jesús señala a Mateo tiene una asombrosa semejanza a la mano que Dios tiende a Adán en “La Creación” de Miguel Ángel. Es la misma mano que crea al hombre la que le llama a que se levante. Otro detalle son los pies de Jesús, descalzos, vueltos hacia el camino. Jesús nos llama siempre a que le sigamos, a que nos pongamos en marcha, a que vayamos detrás de Él, porque sólo Él es el Maestro.
El siguiente personaje con que nos encontramos es Pedro. Es un hombre viejo, como vemos en su pelo canoso. Va vestido con unos mantos corrientes, pobres. Es la pobreza de la humanidad de la Iglesia. Pero es esa pobreza humana la que mejor refleja a Cristo. La dureza del camino ha “pulido” a Pedro haciéndole transparente para que en su humanidad podamos ver al Maestro. En el cuadro, Pedro tapa prácticamente entero a Jesús, pero sin embargo a primera vista en quien primero nos fijamos es en Jesús. Solo en un segundo momento vemos que Pedro está delante. Pedro, representando a la Iglesia es el lugar donde Cristo ha querido que entremos en comunión con Él. Pedro señala en la misma dirección que el Maestro, y parece que dice, “ven con nosotros, con los discípulos del Señor, porque solo con nosotros puedes seguirle”. Pedro tiene los pies señalando a Mateo. Es en la comunión de vida con los que ya han sido llamados, dónde encontramos esa llamada a seguirle, porque ellos han recibido la misión de anunciarle al mundo y continuar su misma misión. Pedro es también roca firme, bastón en el que el discípulo de Jesús encuentra apoyo en la dureza del camino.
Yendo ahora al otro espacio del cuadro, vemos cinco personajes. Éstos representan las distintas respuestas que en algún momento todos damos a Jesús. Creo que mejor que identificarnos con sólo uno de los personajes, es más propio ver cómo nosotros actuamos en algún momento como cada uno de ellos. Será bueno, en la última parte del tema, para centrarlo, observar cuándo actuamos como éste o aquél, para ver cómo podemos dirigir toda nuestra vida a una respuesta como la de Mateo.
A los dos personajes que vemos a la izquierda podríamos identificarlos con los fariseos, o los escribas. Es decir aquéllos que teniendo a Jesús delante no lo ven. En el cuadro podemos observar cómo su mirada está centrada en el dinero. Ellos también tienen delante a Jesús, como los demás personajes del cuadro, pero son los únicos que no levantan la cabeza para mirar. Ni siquiera saben que Jesús llama a su puerta. No escuchan la llamada. No son capaces de levantar la mirada hacia algo más allá de la realidad que tienen delante. La misma realidad les habla, pero no pueden entenderla. Tal vez sea porque no quieren, o porque queriendo, no saben a dónde mirar.
A la derecha tenemos otros dos personajes que miran asombrados hacia Jesús. Por una parte tenemos, en primer plano, con un chaleco negro, es un hombre que está pagando los impuestos cuando Jesús aparece en la escena. Ha visto a Jesús. Tanto le ha sorprendido, que se ha dado la vuelta para ver qué pasa. (Ver la diferencia con los fariseos). Por la vestimenta, parece que es un hombre importante, un caballero. En el tiempo de Jesús podemos identificarlo con un miembro del sanedrín, como Nicodemo (Cf. Jn 3, 1-21). Ha descubierto la radical novedad que hay en Jesús, y se siente también llamado a seguirle. (Vemos como apoya su mano derecha sobre el banco para levantarse). Pero por otra parte no deja de ser un hombre importante y no acaba de fiarse. Esto lo muestra, echando mano a la espada. A la vez que se siente atraído por Jesús, entiende que al seguirle puede peligrar su estilo de vida, y se siente amenazado. La llamada al seguimiento de Jesús es tan radical, que podemos pensar en el “qué dirán” nuestros amigos, o qué pasará con nuestra vida, y nos ponemos en guardia.
Por otra parte tenemos, en segundo plano, un joven muy bien vestido, con el brazo apoyado en el personaje del centro. Este personaje se asemeja mucho a lo que podemos imaginar que es el joven rico del evangelio. Es un joven que, como cualquiera de nosotros, busca seguridades en los otros. Quiere “hacerse un hueco” en la sociedad. Quiere ser “alguien”. Entonces aparece Jesús, y siente la novedad de su persona. Se siente llamado a seguirle, a poner en Jesús su seguridad, porque Él sí que desprende seguridad. Pero en el cuadro podemos percibir si nos fijamos cómo, aunque mire en la dirección de Jesús, no le mira a Él. Parece que desvía la mirada y no se atreve a mirarle a los ojos. Sabe que la llamada de Jesús no es a una seguridad estática. La llamada de Jesús es a dejarlo todo para seguirle. No puede apoyarse a la vez en Jesús y en otras personas, fuera de las que Él nos pone. Jesús exige ser el centro de nuestra vida y no podemos tomar a Jesucristo como una faceta más de nuestra vida. Desde Él se ordena el resto. Por eso el joven desvía la mirada con tristeza, porque no está dispuesto a seguirle, porque las riquezas le atan. ¡Cuántas veces nos pasa esto a nosotros!
Por último, pero no menos importante, tenemos al personaje central del cuadro: Mateo. Cobrador de impuestos, es sobre todo un hombre despreciado. En tiempo de Jesús los publicanos eran tenidos como colaboracionistas de los romanos, además de cómo extorsionadores del pueblo. Mateo es también un hombre mayor, que nada espera ya de la vida. Sin embargo una novedad radical aparece en su vida. Jesús dice su nombre y le llama para que le siga. Mateo, el hombre despreciado por todos, se siente profundamente amado, como no ha sido amado por nadie. La llamada nace del amor que Dios nos tiene y que se nos ha mostrado en su Hijo. De ahí, que ante esto, la primera respuesta de Mateo es el asombro. Caravaggio ha sabido captar este momento con especial maestría. Mateo se señala a sí mismo en el cuadro con la sorpresa dibujada en la cara, como diciendo “¿a mí me llamas?, ¿quién soy yo?”. De este asombro nace la respuesta, una respuesta que no puede ser otra que la del seguimiento de Aquel que me ha introducido en una vida nueva. Mateo deja todo lo que tiene y sigue a Jesús. Puede ser interesante ver la comparación entre Mateo y el joven rico. Mateo es un hombre ya establecido, apegado a sus cosas, con la vida hecha, mayor… En cambio el joven, tiene toda una vida de ilusión por delante, parece deseoso de vivir, no puede tener tanto que dejar… Sin embargo, es Mateo el que da la respuesta propia de un joven, porque es Mateo el que reconoce en Jesús algo más que un simple hombre. Reconoce en Jesús una persona que le llama a una entrega total de la vida, porque ama plenamente. Es Mateo el que experimenta que con Jesús su vida será plena. Otro dato interesante de Mateo lo podemos leer en la continuación de la llamada en el Evangelio de Lucas. Mateo llevado por la alegría de haber encontrado al Señor, organiza una fiesta e invita a Jesús a entrar en su casa. La casa es toda la vida de un hombre. Una vez que conocemos a Jesús, entra en nuestra vida y la trasforma. Nuestras tareas, las relaciones con la gente siguen siendo las mismas, pero ha cambiado radicalmente, porque ahora son desde Cristo. El amor de Cristo la transforma. Mateo invita además a sus amigos publicanos. No puede ocultar el amor que ha descubierto y llama a sus amigos para que también conozcan Jesús. Conocer a Jesús debe llevar inevitablemente a su anuncio. Esto, y muchas más cosas, es lo que podemos aprender de este cuadro pintado por el Caravaggio y que hoy podemos contemplar en la iglesia de S. Luis de los Franceses en Roma.